"You can climb a mountain
you can swim the sea
you can jump into the fire
but you'll never be free"
Hay varias maneras de abordar un disco pop al momento de realizarlo. La manera más común, y dominadora de los rankings desde la era de la pianola y hasta el fin de los tiempos, es la destilación meticulosa, alevosa y codiciosa de los cánones líricos y melódicos de la música popular de cada época y que, por supuesto, puede ser resucitada una y otra vez a medida que cada oleada vaya perdiendo su novedad. Piensen en gran parte del R&B gringo de hoy. Una segunda manera es, como los Beatles en su primer momento, muy parecida a la anterior, excepto que en el sonido que sigue una tradición, la banda o el músico inyecta una dosis tan alta de identidad propia, que el radioescucha se contagia del viaje lisérgico propuesto y grita, aúlla, alcanza un orgasmo, para terminar integrándose con el cosmos que es el fanatismo por sus ídolos. ¿Acaso no han visto a los igualitos a Morrisey caminando por las calles de Santiago?
También están, como dice Feste en Noche de Reyes de Shakespeare, aquellos que "have greatness thrust upon them", como si por accidente y sin buscarlo alguna banda es raptada de los claustros de la experimentación y expuestos a la luz de los escenarios, como pasó con los OMD a principios de los 80, o los mismos Kraftwerk que apadrinaron a los primeros. Finalmente, está el 'pasar liebre por gato' (como dicen los arquitectos), donde la novedad u originalidad de un sonido, una voz, un ritmo, enmascara la sutileza y complejidad de una pieza musical, o la temática subversiva, peligrosa del contenido. Ya he mencionado a las Shangri-Las dentro de este grupo, pero vale la pena recordar Relax de Frankie Goes to Hollywood sobre el sexo gay S&M (con video que sugiere una "lluvia dorada" incluido), o Walk on the Wild Side de Lou Reed que, entre otras cosas, menciona cómo un travesti da 'conferencia de prensa'. También hay que mencionar a los ubícuos ABBA que tras el brillo de sus peinados de alta peluquería, barbas escandinavas, melodías pegajosas y voces dulces, esconden un sonido y manera de grabar particular que han tratado de reproducir miles de artistas sin mayor éxito.
Harry Nilsson, a quien podemos incorporar dentro del último grupo, es un gringo que hasta la publicación de este disco no había conseguido mayor éxito comercial, a pesar que discos tan hermosos como Aerial Ballet (1968) eran admirados por tipos ilustres como los Beatles, quienes lo invitaron a visitarlos en Londres mientras grababan el Álbum Blanco. Dueño de una voz suave, limpia, levemente teñida de melancolía y frustración, Nilsson parecía destinado a seguir ocupando el resto de su vida un nicho de culto cómodo, rodeado de músicos que admiraban su pop clasicista pero si quisieran podían sacarle en cara que eran harto más populares que él, como los ingleses ya mencionados. Pero no contaban con la ambición del nativo de Brooklyn que en 1971 grabó en Londres el disco invitado y que incluía una canción metida a la fuerza por el productor, Richard Perry, llamada Without You, escrita por una semi olvidada banda setentera llamada Badfinger. En incontables versiones posteriores como la de Air Supply, se trataría de copiar el dramatismo de la interpretación de Nilsson quien, si bien le cargaba la canción, como buen profesional decide dar el todo por el todo y transforma este oscuro tema en el himno por excelencia del amante con el corazón roto que extraña a su amado/a. No sólo eso sino que, por un breve rato, Nilsson se convertiría en el cantante más popular del mundo, el single más vendido mundialmente en 1972. De artista de culto, a artista de culto.
Without You es una canción que, a diferencia de las otras del disco, no puedo disfrutar a menos que la escuche con un oído irónico y pops-moderno (no ayuda tampoco su inclusión en el soundtrack del Diario de Bridget Jones). Es la presencia de esta canción que me hizo postergar tanto la compra del disco, si bien me atravesaba con él a cada rato en las tiendas de caridad de Inglaterra, generalmente a menos de luca. Fue sólo hasta que adquirí Aerial Ballet y lo devoré (incluye One y Everybody's Talkin' que es un cover de Fred Neil, padrino de la escena folk de principios de los 60 en Greenwich Village, New York) que tuve que asumir que el resto de Nilsson Schmilsson no podía sino ser muy bueno. No me equivoqué. Como buena obra maestra del canon pop anglosajón, Nilsson Schmilsson (un juego de palabras que mezcla schmaltzy, o empalagoso, con el apellido de Harry), es un disco muy entretenido y amplio de tono, emociones y arreglos. Piensen en un Elton John pero que se toma menos en serio y que se viste mejor. Después de todo este es un disco que contiene la canción Coconut (también éxito radial) sobre una mujer que va a ver un doctor después de haber tomado coco con lima y a quien le recetan... coco con lima. Sospecho que es una referencia humorística velada al incipiente alcoholismo que manifestaba Nilsson y que le destruiría finalmente su carrera y su cuerpo. No sin antes haberlo pasado desmedidamente bien con John Lennon (en su famoso 'fin de semana perdido'), Ringo Starr y Keith Moon.
El resto del disco está populado de referencias a un mundo donde las personas no se comunican, el amor es una lucha de opuestos que nunca podrán entenderse, la gente no sabe cómo envejecer desde una juventud disipada, y jamás tienen claro qué es lo que desean. Imagínense entonces el contexto en el cual se encuentra Without You y me entenderán por qué tengo que escucharla con los dientes un poco apretados, a pesar que igual la escucho cada vez que pongo el disco, porque es como la supuesta marca en la rodilla que dejó Miguel Ángel en su Moisés, como si al dejar la falla lo hiciera humano. Me imagino que muchos no pensarán lo mismo y se podrán sentir desilusionados con el resto de las canciones porque no son tan empalagosas como el single. Qué les puedo decir, nuestros puertos de embarque son tan distantes el uno del otro que estoy seguro que navegamos en mares distintos. Disfruten su crucero por el Caribe, yo iré de polizonte en el Karaboudjan.
Después vendrían otros discos que no alcanzarían el éxito comercial de éste, ni la perfección estilística, sin jamás ser menos que buenos discos, aún cuando en la grabación de Pussy Cats (1974), producido por John Lennon, rompió sus cuerdas vocales y perdería para siempre el control y la diafanía de su instrumento más preciado. También sería el autor del soundtrack de esa incomprendida película de Robert Altman llamada Popeye (en Punch Drunk Love de P.T. Anderson se ocuparía He Needs Me en un momento clave de la 'trama'), que más que tratarse del personaje adicto a la espinaca, es una alegoría de los efectos perniciosos del más brutal capitalismo y cómo el amor, el sacrificio y la entrega por otro ser humano será lo que nos salvará de una existencia gris y dolorosa. Quien sabe, a lo mejor había comido mucha 'espinaca' cuando la vi.